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A diario e invariablemente, me sumerjo en la lectura de todo tipo de escrituras que me puedan aportar algún dato genealógico, a veces repetidamente conocidos, otras sorprendentes pero siempre emocionantes. En su lectura y contacto me encuentro con el pasado aunque demasiadas veces, los distintos conceptos de frase, puntuación y ortografía de épocas pretéritas, me someten a la dura y amarga prueba de la trascripción imposible. Eran épocas en que la escritura estaba al alcance de muy pocos. Los ricos y poderosos, piensan y dicen en voz alta, lo que los escribanos o amanuenses recogen vertiginosamente. La escritura se vuelve irregular y muy personal, se reproduce del natural y se recurre a las indescifrables abreviaturas que tanto inquietan a los paleógrafos.

Eran épocas en que el acceso a cualquier dignidad o cargo relevante, exigía la limpieza de sangre probada con rotundidad (auténtica o comprada), sin rastro de morería, ni de marranos, ni de judíos confesos. Se requería la condición de cristiano viejo de casa y solar conocidos. La obtención de Hidalguía -la nobleza que viene a los hombres por linaje-, implicaba privilegios no sólo en el orden fiscal, sino también en el orden jurídico. Gozaban los Hidalgos de prerrogativas tales como la exención de tributos, no ser encarcelados por deudas (si no eran al Rey), no ser torturados salvo casos señalados. Tenían condiciones de prisión especiales y no podían ser condenados a galeras ni azotados. En caso de ejecución, debían ser decapitados no ahorcados. Tenían libertad para ocupar cualquier cargo u oficio, desde el más modesto al más encumbrado; transmisión de la hidalguía por vía de varón, por la sangre, sin ningún otro requisito. Además, a esto, se sumaba la exención de tributos personales tales como no tener que soportar alojamientos de tropa y, en fin, una casi exclusiva posibilidad de acceso a las magistraturas municipales. Es muy fácil imaginarse lo apetecible de la consecución de tal merced.

La limpieza de sangre tenía que acreditarse palmariamente y por ello se recurría a la reiterada declaración de testigos los cuales aseveraban, sin ningún lugar a dudas, conocer y reconocer vidas, hechos y ancestros del encausado. Los más pudientes, en ocasiones, presentaban algún soporte documental. Sobre la discutible veracidad de estas declaraciones, se sustenta en gran medida la información genealógica que hoy disponemos. Las publicaciones fundamentadas en una débil información, acarrea que muchos errores se hereden indefinidamente. Proliferaban multitud de vistosos árboles genealógicos donde se incluían pomposos apellidos que daban mayor prestancia y enjundia. Fundamentándose en esos históricos errores, los genealogistas paradigmáticos, por todos conocidos, y sus monumentales obras, constituyen las fuentes primigenias y recurrentes de toda pesquisa. Sus publicaciones e información, otorgan la patente de certeza y una magnífica referencia para iniciar cualquier exploración de carácter genealògico. Cualquier error, se va transmitiendo incesantemente, y en esto baso mi hipótesis sobre la denominación de la calle del Marqués de Monteleón. Es un error y no porque el tal Marqués no existiera y viviera en Pontevedra, sino porque él Marqués no se llama Pedro, y Pedro no es Marqués y me explico dando un pequeño rodeo:

El día 31 de Mayo de 1950, el Ayuntamiento de Pontevedra acuerda en Pleno entre otras disposiciones que: “la segunda bajada (a continuación de la Rua Nueva de Abajo), se llame calle de Monteleón”. En posterior informe sobre el estudio de la Toponimia de Pontevedra, se ofrece un detalle más descriptivo como sigue: desde Paseo Colón ata a Avenida das Corbaceiras. Popularmente coñecida como Bajada de Fonseca (propietario del inmueble hoxe ocupado polo Arquivo Histórico Provincial). Desde 1950 recibe o nome de Monteleón, en recordo do I Marqués de Monteleón (1667-1733) que participou na asina do Tratado de Utrecht, o II Marqués construiu unha casa na Rua Nova de Arriba. Propoñemos mante-la sua actual denominación de Rúa de Monteleón” .

Pepy García Clavijo dice en su libro “Pontevedra, de los nombres propios de las calles” que la de Monteleón le corresponde a Don Pedro de Aldao Barbeito, nacido en Pontevedra en 1618 y casado con Doña Manuela de Puga y Gago lo cual creo que es erróneo puesto que la citada Doña Manuela estaba casada con Don Pedro Casado de Velasco II Marqués de Monteleón.

Don Casto Sanpedro y Folgar, en el Legajo 12/2 depositado en el Museo de Pontevedra, toma unas notas sobre la obra titulada “Memorias de Galicia” de Antonio Martínez, capellán de honor de S.M. y Caballero de la orden de Carlos III... (Sic) El Excelentísimo Sr.Don Pedro de Aldao titulado Marques de Monteleón, fue en 1713 uno de los plenipotenciarios por España al Tratado de Utrecht, era natural de Pontevedra. Aquel tratado de infausto recuerdo para España que supuso un tremendo baldón indigno de cualquier distinción.

En ambas referencias existen errores que impiden precisar realmente ¿A quien se dedica la Calle del Marqués de Monteleón ? . Lo rigurosamente cierto es el olvido en que está sumido Don Pedro de Aldao Barbeito Padrón (hijo de mi décima tía bisabuela), natural de Pontevedra, que tenía su solar y casa en la Plaza de la Estrella formando esquina con la entrada de la calle Figueroa antiguamente Rúa de Moldes. Casa y solar, se conoce hoy por la”Casa de las Caras” de parecido corte a la otra casa de las caras también de los Barbeito Padrón en la Calle Real, antes Rúa do Rego. Nació Don Pedro el 30 de Diciembre de 1618, fue bautizado en San Bartolomé o Vello. Hijo de Don Lope Núñez de Aldao y Doña Mariana de Barbeito y Padron. Fallece el 6 de agosto de 1682 cuando tenía la futura de Virrey de Navarra. “El bizarro militar, sobre cuya memoria se cierne una corona de gloria”, fallece en Cataluña y sus restos mortales son trasladados a Pontevedra y enterrado en la capilla de la Soledad en la misma Iglesia en que fue bautizado, hoy desaparecida. José Millán en sus Notas históricas de Varones ilustres de Pontevedra, inserta una breve semblanza.

Corrían tiempos en que la honra, “por la que se puede y se debe aventurar la vida”, el honor y la fama constituían muchas veces el único y real patrimonio de las personas. La convulsa España porfía con Portugal incesantemente por su independencia; la hambruna y la peste diezman la población; quiebra del Estado; se subleva Sicilia; revueltas en Cataluña, guerras generalizadas en toda Europa y nuestros soldados presentes desde el mar del norte hasta el Mediterráneo. Una España despoblada por la sangría de la emigración a América. En todo este mare mágnum supervive Don Pedro que dedicó su vida a la Milicia, ocupando entre otros los cargos el de Capitán de compañía de caballos-corazas, Maestre de Campo general, Teniente de Maestre de Campo del Ejército de Galicia, Gobernador político-militar de Mesina y demás puntos de la frontera, Maestre de Campo general del ejército de Sicilia, de Cataluña, General de los ejércitos del Reino de Sicilia y Cataluña, Gobernador de Alejandría de la Pulla en Milán y en 1663 recibió el encargo de S.M. Para que se ocupase de la conservación y buen tratamiento de los pueblos de Portugal.

A Don Pedro de Barbeito Padrón, le asignan una calle y un titulo que no le corresponde. Está enterrado en una Iglesia que fue derruida; de él nos queda muy vago recuerdo. Su figura debería ser justamente ponderada y a su pueblo le atañe honrarlo y perpetuar su memoria como merece.